Aunque uno se acercó, por desgracia ninguno de los adhesivos consiguió mejorar la decoración de la azotea, y mucho menos mejorar la sensación de calidez y bienestar que ese póster me ofrecía cada vez que estaba junto a él.
Lo peor de todo es que no aproveché ninguna de las grietas que se hicieron en la pared para poder quitarlo y olvidarme de él. Ni si quiera las múltiples goteras que hubo y que con paciencia y en la soledad arreglé. En lugar de eso permanecí cerca, llegando a disfrutar hasta de alguno de sus defectos.
Después de tanto tiempo me doy cuenta que siempre estará ahí y que jamás formará parte de la decoración principal. Pero bueno, en mi azotea aun queda mucho sitio por llenar y mucho tiempo para hacerlo.
Para terminar la visita solo me falta echar una ojeada a las montañas de sueños que hay por los rincones y cerrar la azotea por un tiempo para no pensar.
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